jueves, 27 de abril de 2017

Estas impresionantes fotos nocturnas demuestran de lo que es capaz la fotografía móvil computacional.


Los móviles actuales ofrecen cámaras realmente fantásticas sobre todo en los modelos de gama alta, pero el comportamiento en condiciones de baja luminosidad sigue siendo pobre en la mayoría de los casos.
Eso podría cambiar a corto plazo: un desarrollador de Google ha aprovechado su trabajo en el campo de la fotografía computacional para lograr que combinando varias tomas con largos tiempos de exposición los resultados fotográficos con un Nexus 6P y un Google Pixel sean sencillamente asombrosos, dignos prácticamente de cualquier cámara réflex digital.

Tú también podrás hacer estas fotos a corto plazo

Florian Kainz, del equipo de Google Daydream, explicaba cómo el modo HDR+ que se usa en cámaras como las de los Nexus 6P y Pixel permiten sacar fotos con baja luminosidad tomando una ráfaga de fotos con distintas exposiciones para luego combinar el resultado.

Este desarrollador tomó eso como base y lo unió al trabajo de Marc Levoy —que presentó su aplicación SeeInTheDark en el congreso ICCV 2015— para ir más allá en ese concepto: combinando aún más fotos con más exposiciones y mezclándolas asuminendo que la escena es estática para luego eliminar el ruido daba como resultado una imagen final de muchísima calidad.

El experimento consistió en programar una aplicación simple para controlar el tiempo de exposición, la ISO y la distancia de enfoque (que situaba en el infinito para lograr imágenes con mucha definición). En el ejemplo mostrado en la primera imagen con el faro Point Reyes en California se tomaron 32 capturas con un tiempo de exposición de 4 segundos con el Nexus 6P (el Pixel llega hasta los 2 segundos como máximo), y con una ISO 1600. Después hizo algo curioso: tomó otras 32 fotos pero cubriendo el objetivo con cinta adhesiva opaca para sustraer esa información y hacer que los niveles de negro del sensor también se corrigieran. El resultado habla por sí solo.

El experimento volvió a dejar claros los resultados de esa técnica de combinación de varias imágenes en Photoshop. Al sustraer el ruido y otros defectos del sensor que se apreciaban gracias a esas ráfagas era posible acabar con imágenes que incluso con muy poca iluminación acabaran siendo realmente sorprendentes.

De momento es necesario combinar las capturas en Photoshop y hacer un trabajo de postprocesado farragoso, pero este proceso es muy similar al que ya se utiliza en los Google Pixel aunque de forma más limitada por las necesidades de computación y procesamiento que implican estas tomas. Aquí tenéis algunas muestras de estos resultados, que demuestran que la fotografía en condiciones de baja luminosidad puede tener esta calidad.

Fuente: xataka.com


sábado, 22 de abril de 2017

Ancianos que caminan y cuentan historias.


Portada del Libro

Lanzamiento en Colombia del libro: Ancianos que caminan y cuentan historias FÉÉNE FÍÍVO JÁTYƗME IYÁACHIMƗHAI JÍÍNƗJE será presentado por autoridades tradicionales del pueblo Féénemɨnaa y la doctora Brigitte Baptiste, directora del Instituto Alexander von Humboldt.

El miércoles 26 de abril a las 6.30 p.m. se hará el lanzamiento del libro Fééne fíívo játyɨme iyáachimɨhai jíínɨje: Territorio primordial de vida de la descendencia del Centro. Memorias del territorio del Pueblo Féénemɨnaa Gente de Centro.

La cita tendrá lugar en el auditorio Porfirio Barba Jacob del Centro Cultural Gabriel García Márquez (Cl. 11 #5- 60), en Bogotá, Colombia.

El evento es organizado por el pueblo Féénemɨnaa, también conocido como Muinane, en asociación con el Consejo Regional Indígena del Medio Amazonas (CRIMA) y la organización Forest Peoples Programme (FPP).

La obra fue realizada por los ancianos del pueblo Féénemɨnaa de las Comunidades Chukikɨ (Resguardo Predio Putumayo) y Villa Azul (Resguardo Nonuya de Villa Azul.

El libro será presentado por Jorge Ortiz y Eduardo Paki, dos de los autores del libro en representación del grupo de autores del libro (ver foto), junto con Aurelio Suárez, y Nelsón Rodríguez, del pueblo Féénemɨnaa, y por la doctora Brigitte Baptiste, directora del Instituto Alexander von Humboldt.

La edición estuvo a cargo de Juan Alvaro Echeverri, las ilustraciones son de los indígenas Eliseo Ortiz, José Daniel Suárez y Luis Alfredo Suárez, y el diseño de los mapas fue trabajo de Andrés Platarrueda.

Los recorridos y los talleres de investigación recibieron apoyo del Programa para la Consolidación de la Amazonia colombiana (COAMA) de la Fundación Gaia-Amazonas, y la publicación fue financiada por la organización Forest Peoples Programme.

Al final de la jornada se ofrecerá a los asistentes una degustación gastronómica de comidas y bebidas tradicionales.
Autores del libro (de izquierda a derecha): Honorio Mukutuy, Sergio Mukutuy, Rafael Mukutuy, Luis Alfredo Suárez, Mariano Suárez, Jorge Ortiz, Libardo Mukutuy, Jesús Ortiz (Maloca de Jesús Ortiz, 1994).
El pueblo Féénemɨnaa

El territorio ancestral del Pueblo Féénemɨnaa Gente de Centro se encuentra ubicado entre los ríos Caquetá y Cahuinarí, en el Departamento de Amazonas.

En la época de las caucherias, hace más de un siglo, muchos indígenas de este pueblo fueron torturados, asesinados y desplazados de su territorio.

Años después, entre 1991 y 1996, los Féénemɨnaa emprendieron un recorrido para visitar sus territorios ancestrales y restablecer sus conexiones con los antepasados y los dueños de la tierra. Las memorias de esa investigación y de esos recorridos son las que componen las 130 páginas de este libro.

Juan Alvaro Echeverri, antropólogo que apoyó estos trabajos en los años 1990 y que se desempeñó como editor del libro en el 2016, considera que esta publicación, además de ser el resultado de una búsqueda por la recuperación del territorio, es también una reconciliación con una memoria dolorosa.


[el territorio] es mucho más que un espacio geográfico o un resguardo titulado. El territorio es una relación con la vida, es donde están sus lugares de nacimiento, es donde está el sudor, la sangre, los muertos, los caminos, los rastrojos de sus cultivos” 

“Algo que aflora en este libro es la noción de territorio que tienen los indígenas, que es mucho más que un espacio geográfico o un resguardo titulado. El territorio es una relación con la vida, es donde están sus lugares de nacimiento, es donde está el sudor, la sangre, los muertos, los caminos, los rastrojos de sus cultivos” afirma.

Por tanto, este libro tiene varios sentidos. En primer lugar, es el resultado de una búsqueda colectiva del pueblo Féénemɨnaa (Muinane) por reconstruir su vida luego del exterminio de la Casa Arana y presentar su visión de lo que significa territorio.

También es un mensaje político que le envían al gobierno y a los no-indígenas, el de declarar su pertenencia a este territorio de nacimiento.

Un canasto lleno de palabras

En la introducción, los autores señalan así el sentido de este trabajo: “Para nosotros, este trabajo es un canasto en el que colocamos la Palabra, las enseñanzas, la historia, la ley de origen, el manejo y muchas otras cosas que representan para nosotros un valor muy grande.

Con este trabajo queremos mostrarles y decirles a los no-indígenas, a las instituciones y al gobierno nacional que nosotros existimos, que tenemos una forma propia de ver y entender el mundo y que cualquier intervención proveniente de las políticas ambientales y territoriales tiene que reconocer y proteger nuestros derechos, y debe tener en cuenta y respetar el conocimiento tradicional de la Gente de Centro – Féénemɨnaa”.

El proceso de elaboración de este libro inició en 1991 con los recorridos de los cinco clanes de los Féénemɨnaa: Chuumójo (Gente de Gusano), Kɨɨmɨjo (Gente de Manguaré), Killéyɨmɨjo (Gente de Piña), Néjégaimɨjo (Gente de Coco de Cumare) y Gaigómɨjo (Gente de Mujer).

Durante estos recorridos los ancianos hicieron narraciones orales y los jóvenes llevaron notas y dibujos en sus cuadernos. Después de esto, se realizaron bailes rituales y talleres de presentación de los resultados y de mapeamiento.

Todo lo que hay adentro de este libro se hizo mezclando tabaco y nombrando espíritus. Por ello este no es solo un libro más que se lanza, es un espíritu que se manifiesta.

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Con informacion del Forest People Programme

Fuente: Servindi

jueves, 20 de abril de 2017

Las anécdotas de Cacho, encargado nocturno en un bar.


por Carla Nudel

Los bares son escenarios de lo imprevisible. Cualquiera que frecuente estos lugares que se han vuelto icónicos de la idiosincrasia porteña lo entenderá. Pensemos en la cantidad de relaciones que comienzan (y que terminan) con un café de por medio, en la cantidad de encuentros y desencuentros, de esperanzas y desilusiones. Pensemos en la cantidad de anécdotas, recuerdos y sensaciones que evoca solamente el nombre de nuestro bar favorito, como bien comentaron Cristina Pérez y Gonzalo Sánchez en su programa de anoche.

Al escuchar esta conversación, lo primero que se me vino a la mente fue que pocos deben conocer la mística de los bares porteños tanto como mi abuelo. Cacho Donato (para mí “Lalo”), hoy de 82 años, trabajó exactamente la mitad de su vida nada más ni nada menos que en el San Bernardo, uno de los bares notables más reconocidos de la Ciudad. El “Sanber”, como lo llamamos ahora los jóvenes que lo frecuentamos, tiene más de cien años y en su momento supo ser la guarida de reconocidas figuras de nuestra cultura, como Osvaldo Pugliese, Juan Gelman y Celedonio Flores.

“Yo fui a varios países y te digo que no hay en ninguna parte del mundo existe un bar parecido al San Bernardo”, suele decir Lalo siempre que encuentra la oportunidad.

Mi abuelo estuvo más de cuatro décadas trabajando detrás de la barra en horario trasnoche, donde pudo cosechar las más variadas historias. Sobre los años 70, por ejemplo, lo que más recuerda son sus visitas a la comisaría para hacerse cargo de los menores que encontraban en cada inspección policial: “En los 41 años que estuve yo en el bar, hice el pianito más veces que cualquier ladrón de la Argentina”, se jacta mi abuelo. “Calculo que lo he hecho más de cien veces”.

Diversos personajes forman parte de sus historias: borrachos, locos, infieles, insomnes, solitarios, drogadictos, jugadores empedernidos. Pero de todos sus relatos, el que recuerdo más claramente (y uno de los pocos que por pura casualidad se me ocurrió grabar) es el dramático episodio que transcribo a continuación.


A las 2 y media, 3 de la mañana aparece en el bar un tipo en calzoncillo y camiseta y me dice:

“Perdóneme. Mi señora…mi señora arriba”

“¿Qué pasa?”, le digo.

“¡Mi señora, mi señora… arriba!”, es lo único que alcanza a decir.

Entonces voy y subo. Era el mismo edificio pero estaba en la parte de arriba. Y ahí era como una casa ocupada. Tenía un montón de habitaciones todas juntas y unos parquecitos que eran el triple de grandes que este lugar. Y en el medio de todo eso, una letrina. Tirada en el suelo, había una mujer que ya le había salido el feto y estaba tirada en el piso. Debía ser pleno julio o agosto, porque hacía un frío…. Había tenido los dolores del parto y había ido a baño, todo esto en un lugar así. Las dos mujeres que habían venido de otras habitaciones la miraban, sin saber cómo reaccionar. Me fijé, y vi que tenía el cordón umbilical afuera, sin tocar. Como mi hermano Oscar una vez me había llevado a una clase práctica de anatomía, inmediatamente supe lo que había que hacer.

Me fui abajo y le digo a Palermo, que era el tipo que me relevaba siempre: “Deme este hilo que está ahí colgando”.

-¿Qué hilo?, ¿Qué va a hacer, Donato?

-Pero qué va a hacer, Donato…

Se lo palpitó, el viejo.

-Deme el hilo, y la tijera que está allá en el cajón.

En eso, cuando estoy saliendo del negocio, veo que al lado había un velorio donde había un hombre de seguridad…un patovica. Me dice “¿Qué pasa?” Y ahí le expliqué.

“¿Quiere que lo acompañe?”, me dijo.

Y subimos los dos.

A todo esto, se habían sumados dos policías a la escena. Ahí agarré y les dije a las dos mujeres: “Vayan preparando algo para envolver a la criatura”.

“Entonces agarro y le pido a este Palermo, que tenía la tijera en la mano:

“Deme la tijera”, como si realmente supiera lo que estaba haciendo. Porque todo esto lo hice sin pensar, así como diciendo “Lo sé hacer,” pero de golpe me di cuenta que no sabía nada. ¡Tenía miedo!

Y el tipo me decía: “¡Corte! ¡corte!, ¡corte!”

Y corté.

Los bares están llenos de buenas historias, y esta anécdota lo demuestra. Cualquier cosa puede pasar en estos paradójicos lugares que, dentro de su rutina cotidiana, se van renovando para ofrecernos cada día la magia de lo inesperado.

viernes, 14 de abril de 2017

"Yo no luché por mi lugar de madre, luché por mis hijos"



Foto: Álbum de Gabriela Arias Uriburu

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Gabriela vivía lejos de su país natal cuando se enamoró de un hombre musulmán al que quiso profundamente. Los dos decidieron casarse, como lo hacen miles de personas, a pesar de que ambos sabían de las diferencias culturales y religiosas. Lo que no sabían era que la historia iba a traer tanto trabajo entre Oriente y Occidente. Aun así, la familia se agrandó. Y con ella las diferencias.
Ella es Gabriela Arias Uriburu, hija de un diplomático que cumplía funciones en Guatemala y por el que se fue a vivir un tiempo a ese país centroamericano. Era una oportunidad para acercarse de nuevo a su padre porque cuando era chica, él se había separado de su madre.
Fue un 10 de diciembre de 1997, cuando el hasta entonces esposo de Gabriela, Imad Shaban, se llevó a los tres hijos de ambos a Jordania, el país de su procedencia. "Imad desapareció con los chicos en pleno proceso de divorcio. Justo cuando el Juzgado le comunicó que los niños quedarían bajo la protección del tribunal y con la tenencia a mi favor", comenta Arias.

A partir de este momento el mundo de Gabriela murió. Con el paso del tiempo, y sin imaginarlo, su calvario y sufrimiento se convirtieron en historia de vida, en ejemplo de lucha y superación. Porque le tocó trabajar sus enojos y resentimientos por el bien de sus hijos, porque pensó objetivamente y con corazón de hierro, porque como en una partida de ajedrez evaluó toda las jugadas y se anticipó, porque no le importó perder piezas con tal de obtener al final el Jaque Mate a favor de sus hijos.

Los dueños de la historia

Sin embargo, Gabriela no se cree la protagonista. Ella utiliza su experiencia para ayudar a los demás, pero tiene claro quiénes son los actores principales de esta película: "Aunque sean mis hijos, ellos le pertenecen a la vida. Sus historias son lo principal, por eso yo me hice a un costado y peleé a favor de ellos. Tuve que replantearme un camino que les diera visibilidad, que llevara sus nombres".

Y así fue, Karim (24), Zahira (23) y Sharif (20) dieron inicio a un nuevo paradigma en el derecho internacional público y privado. Porque nunca antes se tuvieron en cuenta en las políticas de Estado, en las Relaciones Internacionales, en la diplomacia y en las Naciones Unidas los conflictos que tienen los niños cuando los padres de diferentes culturas se separan. Y aunque pasaron veinte años, las diferencias culturales entre Oriente y Occidente aún siguen siendo muy marcadas: "Latinoamérica no tiene una profundización de la cultura oriental. Cuando nos casamos, ninguna de nuestras dos familias lo quería, ni por la cultura ni por la religión".




Foto: Álbum de Gabriela Arias Uriburu

Una fundación para los niños

En vista de todos los problemas por los que Gabriela pasó y en su empeño por visibilizar la importancia de que a los niños les afecte lo menos posible los divorcios, Arias creó un espacio llamado Fundación Niños Unidos por el Mundo, desde donde promueve los derechos de los niños por sobre todas las cosas. Además, trabaja para que los estados inicien políticas y planes educativos sobre las otras culturas. Lo que ella considera como la "conformación de una ciudadanía global y planetaria". También se encarga de que, en caso de problemas, los chicos tengan derecho a tomar contacto con los dos padres y puedan vincularse. "En la Fundación trabajamos desde la posición del niño. Los padres por lo general, se mantienen siempre en una determinada postura que provoca un sufrimiento muy grande en los hijos", asegura.
Los temas por los que más recibe consultas tienen que ver con mujeres occidentales que se quieren casar con personas de otras culturas y con madres que sufren porque sus hijos se van a vivir con sus papás. Ahí es cuando ella enfatiza: "Es importante que la madre lo apruebe y que no se sienta que le están sacando algo".
Pero la Fundación fue sólo uno de los brazos de lucha de Gabriela. Luego de pasar 12 años en las brasas, su transformación se fue dando como la flor de loto, en medio de mucha oscuridad. Transcurriendo entre viajes constantes para volver a encontrarse con sus hijos, invocando a las naciones para poder volverlos a mirar nuevamente. "Porque una mujer occidental en el mundo musulmán, no existe. No tiene derechos. Simplemente porque no está contemplada en el islam. Que no es sólo una religión es un código civil y penal.", explica Gabriela.

Volver a nacer, siempre

Una de las piezas más importantes que Gabriela tuvo que ceder fue la tenencia de sus hijos. Si ella no le concedía la guarda y potestad a Imad, probablemente nunca más los podría ver. "Tuve que darme a luz a mi misma varias veces. En 2005, cerré todas las causas judiciales porque a mis hijos les estaba afectando la situación. Así fue que empecé la tarea de reordenamiento familiar".
Aunque Gabriela afirma que no es escritora y que sólo cuenta sus vivencias, otro de los resurgimientos en su vivir está ligado a los libros que ha escrito. Ya va por el quinto. Y aparte ofrece constantemente talleres y charlas sobre la importancia de que las mujeres estén despiertas en sus potencialidades. "Hay que poner la labor en uno mismo, en el adentro. Todos vinimos a cumplir y a llevar a cabo una tarea, y tenemos la vida para descubrirla. Cada situación llama a despertar: quién sos, cuáles son tus posibilidades y potencialidades; sin olvidar lo más importante: el para qué", resalta.
Gabriela se forma día a día integralmente. Viaja a Córdoba tres veces al año para aprender sobre Constelaciones Familiares. Un método para resolver lo que ocurre en nuestras vidas, respecto de la historia familiar de cada uno. Esto la ayuda a sanar el pasado y a estar activa en el presente.




Foto: Álbum de Gabriela Arias Uriburu

No todo es perder

"El yoga me ha salvado la vida", dice Arias. Porque además da clases de esta disciplina los lunes y martes, así le quedan los fines de semana para viajar a las provincias o reunirse por temas de la Fundación.

Gabriela sanó como madre, pero también como mujer volvió a vivir. Hoy vive en Capital y trabaja por mantener una relación cordial con Imad. A sus 52 años, acaba de presentar su último libro "El encuentro del corazón". Ya no postea fotos de sus hijos en las redes porque ya son grandes y "necesitan su individuación". Karim y Zahira trabajan en Jordania, mientras que Sharif termina sus estudios en Suiza.

En el amor no hay identidad, territorio, frontera o propietario, mucho más si es amor de madre.Después de una larga noche, el día llegó y Gabriela sigue adelante segura de que las decisiones que tomó las tomaría nuevamente, siempre por el bienestar de su hijos.



martes, 11 de abril de 2017

Entre la obra maestra de Velázquez y el palo del selfi.


Grafitis en el mural realizado el año pasado por William Kentridge a orillas del Tiber, en Roma. ANDREAS SOLARO AFP/GETTY IMAGES




El turismo masivo y el vandalismo obligan a museos y zonas culturales a reorganizar sus visitas sin limitar la rentabilidad

Los museos quieren visitantes pero reciben turistas, un concepto que no siempre casa bien con la quietud de las salas y sus delicadas colecciones. “Estos espacios antes eran lugares para conocer el arte, ahora se busca el selfi para decir: yo he estado ahí”, lamenta João Fernandes, subdirector del Museo Reina Sofía. El riesgo se parapeta en la masificación. Los diez museos de arte más concurridos del mundo recibieron el año pasado 55,6 millones de personas. El Louvre (7.400.000) y el Metropolitan (7.006.859) marcan el paso. El Bosco atrajo a casi 600.000 personas al Prado el año pasado. Otro asunto es la calidad de la visita. “Tengo mis dudas de que alguien pudiera disfrutar con aquello”, reconocía Miguel Falomir, nuevo director del museo, en una entrevista a EL PAÍS. Una desconfianza que se extiende

Italia prepara una ley para evitar la masificación en sus principales centros artísticos porque cierto turismo es una fuerza destructora. Un mural de 550 metros del sudafricano William Kentridge pintado sobre los muros que contienen al río Tíber amanecía a principios de mes anegado de grafitis; en enero alguien pintarrajeó con espray una de las columnas del Coliseo y antes dos turistas californianas —de 21 y 25 años— fueron detenidas por inscribir con una moneda sus iniciales en los muros del anfiteatro. En 2015 cinco personas terminaron en comisaria por dañar el patrimonio.
Derrumbes en Pompeya



Turistas ante el elefante de Bernini, en la plaza de Minerva (Roma), co un colmillo dañado por unos vándalos el pasado noviembre. ANDREAS SOLARO AFP/GETTY IMAGES


El problema se concentra en Pompeya, que recibe 2,5 millones de visitas al año y ha padecido expolios y derrumbes. ¿Habría que limitar la entrada? Mary Beard, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2016 y autoridad mundial en la historia de Roma, se opone a los númerus clausus. “Restringir las visitas es elitismo. La gente normal quedaría excluida y solo los ricos y los famosos (junto a algunos académicos) podrían visitar la ciudad”. La profesora de Clásicas de la Universidad de Cambridge propone cambiar los abarrotados destinos del Coliseo y Pompeya por Ostia o la “espectacular” villa de Boscotrecase (Nápoles). Sacar al turismo de los lugares comunes. “Debemos cuidar lo mejor posible los enclaves arqueológicos, pero si ocasionalmente se desprende un poco de yeso o un muro no es un desastre. Hay que recordar que fue una ciudad mal construida, arrasada por un volcán y bombardeada en la Segunda Guerra Mundial. Es inestable”, admite la latinista.


El año pasado, un turista brasileño desmembró en el Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa un San Miguel de madera del XVIII mientras se hacía un selfi. “Es necesario desarrollar una pedagogía del comportamiento en los espacios que son patrimonio”, reflexiona António Filipe Pimentel, responsable de la institución. “Porque la presión del público aumenta los riesgos y la tendencia de este fenómeno es a empeorar”.


Todo el arte rupestre aborigen australiano podría desaparecer en 2060 —denuncia la campaña Protect Australia’s Spirit— víctima del vandalismo y la construcción. Y no se trata solo del vandalismo. “Nos preocupa la calidad de la visita”, describe Marina Chinchilla, directora adjunta de Administración del Prado. Por eso establecen cupos y franjas horarias. Pero también les preocupa el número de visitas, y los museos se arriesgan y compiten por esa contabilidad del arte. “No se puede afirmar que el turismo deteriore las colecciones. Otra cosa es que un público masivo afecte a la calidad de la experiencia, critica José Luis Díez, director del Museo de las Colecciones Reales.


Hay que tener cuidado y “analizar para qué sirven esas muestras y esas visitas”, matiza Carmen Espinosa, conservadora jefe del Museo Lázaro Galdiano (Madrid). Porque la fragilidad resulta evidente. Fue un error creer que la tecnología y su avalancha de aplicaciones que transforman las obras en una experiencia virtual podrían aliviar la presión. Vicente Todolí, exdirector de la Tate Modern, advierte: “La visita digital nunca es la visita, la presencia física resulta insustituible”.


EL DESTROZO GRABADO CON EL TELÉFONO MÓVIL 


Dos niños rompieron en mayo de 2016 una escultura de vidrio (27 meses de trabajo de la artista Shelly Xue) en el Museo de Cristal de Shanghái. El vídeo que muestra a sus dos cuidadoras filmando la escena supera el millón de visitas en YouTube. En marzo pasado, un británico raspó la pintura The Morning Walk de Thomas Gainsborough en la National Gallery. “A veces utilizamos medidas escalables de seguridad, incluido el registro de bolsos”, comenta un portavoz de la galería. Pero nadie quiere visitar un museo como si pasara el control de un aeropuerto.

sábado, 8 de abril de 2017

Crónicas de la calle 44: ” io parlo italiano”.


Toby, el saxofonista del Capri, solía decir que hay muros que no se construyen con ladrillos. Él, al que habían roto el corazón tantas veces que era incapaz de recordar el número, siempre se acordaba de los muros que un corazón destrozado evoca: el desprecio, el silencio, la indiferencia. Sin embargo el bueno de Toby, cuyos únicos pecados conocidos eran tocar el saxo como el mismo Lucifer y haber amado por encima de sus posibilidades, se olvidaba de muros más mundanos. Para mis padres, la barrera del idioma fue la primera montaña que hubieron de escalar.

Durante el viaje, el italiano era el idioma oficial. Todos los pasajeros éramos de allí, la tripulación también en su gran mayoría y hasta el propio Wladimir, aunque ruso de nacimiento, llevaba más años en Nápoles que el eterno Vesubio. No hizo falta en todo el trayecto hablar otro idioma. Incluso al pisar tierra americana, Bruno nos ayudó a llegar a Indianápolis y una vez allí, pronto encontramos a Marco, que nos trajo hasta la puerta de la taberna.

Mi padre me contó que fue al llegar a La taberna del ahorcado cuando de verdad se dieron cuenta de que estaban lejos de Italia: aquello era otro mundo. Las risas, los besos, el humo del tabaco y hasta el silencio incómodo y momentáneo que se produjo al vernos entrar, se inscribían en una partitura pintada en otro idioma. Seguramente, una familia con maletas y dos niños pequeños en aquel local debían de destacar lo mismo que una sotana en el burdel de Marley. Era hora de comer y la parroquia, que casi llenaba la taberna, se entregaba a ello. Pero cuando entramos, y por un breve instante, se detuvo la música de los cubiertos contra los platos.

La carta que habíamos recibido de mi tío Carlo, era en realidad bastante escueta. Sólo nos ofrecía trabajo y porvenir en un negocio que quería ampliar. Al citarnos en esa dirección, mis padres estaban convencidos de que el negocio en cuestión era la propia taberna. Lo recargado del ambiente y de la decoración, unido a que no entendíamos nada y a que por allí no se veía ni por asomo a mi tío, descolocó al principio a mis padres. De hecho, una vez dentro del local y casi debajo de la horca, se quedaron paralizados como si hubiera alguien que debía de darles permiso para terminar de entrar.
Mi padre, vestido con una sudada camiseta interior de tirantes, que anhelaba ser blanca como antaño, y el mismo traje desgastado de franela gris que portaba desde que salió de Nápoles, se buscó en los bolsillos de la americana la carta de tío Carlo y con ella en la mano se dispuso a acercarse a la barra, de dónde salía a nuestro encuentro una mujer de dimensiones ciclópeas moviéndose con la pesadez de una morsa en tierra.

Mi padre, que ya tenía la carta de mi tío en la mano, comenzó a enseñarla, brazo en alto, exclamando que sólo hablaba italiano y que buscaba a Carlo Rossi.
– ¿Carlo Rossi? Parlo italiano, io solo parlo italiano.
Quien venía a nuestro encuentro no era otra que Constanza Williams, la reciente viuda del difunto Martínez.

Dos cosas se aliaron para hacernos menos escarpado ese momento. De una parte, que Constanza Williams imaginó quiénes éramos y salió a recibirnos y, de otro, que la amistad que cultivaba con el matrimonio Rossi, sobre todo con Margaret, le hacían chapurrear un italiano básico y macarrónico pero que fue suficiente para poder entendernos.

Mi padre le mostró la carta que su difunto marido había redactado en nombre de tío Carlo tres meses atrás. Constanza pareció reconocerla al instante, pues sacó una sonrisa forzada de alguna indeterminada zona entre la boca del estómago y el corazón, haciéndonos un gesto para que la siguiéramos. En su tosco italiano nos dijo que nos sentáramos, que iba a llamar a Carlo por teléfono y que, mientras, nos servirían la comida. También hizo un esfuerzo extra para hacernos entender que estábamos invitados.

Mi madre siempre recordaba el sabor de esas alubias guisadas que se tomaron en La taberna del ahorcado el día en que llegamos a Chicago porque decía que sabían a sosiego picante. Por una parte, era una costumbre casi olvidada el poder comer sentados a una mesa un plato caliente como dios manda. Llevábamos un mes comiendo sentados en cualquier sitio, en cuclillas o encima de cajas, bidones o cosas por el estilo. Se agradecía el sosiego que aquella sensación transmitía. Pero de otra, mi madre no olvidaba el presentimiento que la embargó al bajar de la camioneta, y de ahí el picante.

Es curioso que mi pobre madre recordase ese plato de alubias así, de esa agridulce manera. La verdad es que cambiaría mi vida porque mi padre le hubiera hecho caso y hubiéramos regresado a Nueva York.

Tío Carlo se presentó a los postres. Mi padre que lo vio llegar, se levantó y se fundieron en un abrazo.
– ¡Tonino, qué alegría! Como no contestaste a mi carta no estábamos seguros de que al final vendríais.
– La última vez que te vi, íbamos en pantalón corto en nuestras bicicletas a espiar a las muchachas cuando se bañaban en esa cala de Pollisipo ¿cómo la llamábamos nosotros? No recuerdo… ¿San Pietro? Y ahora mírate, hecho un hombre. Casado, con una mujer bellísima y con dos niños.

– Si Carlo, ocho años… cómo pasa el tiempo. Te presento a Isabella, mi mujer. Los niños son Ornella y Luca – contestó mi padre completando las formalidades propias del momento.
– Es un placer señora – dijo besando levemente el dorso de la mano que mi madre le tendió.
– Posillipo – corrigió mi madre –, el sitio se llamaba Posillipo y la cala creo que no tenía nombre. Yo iba a bañarme con mis amigas y mis primas allí – dijo mi madre sonriendo divertida a Carlo, que se turbó un tanto al pensar que había espiado a la mujer de su primo.
– Permítame entonces que saque la pata con decoro de donde la he metido señora. Le ruego me disculpe.
Todos rieron y, por un momento, nos sentimos en casa.
Mi tío se sentó a la mesa. Había muchas cosas de qué hablar mientras daba cuenta de sus alubias. Fue una charla salpicada de recuerdos y añoranzas. Carlo Rossi quería saber noticias de sus seres queridos en Italia, pero también quería ponernos al día de cómo estaban las cosas aquí. Así que la charla iba y venía de un lado a otro en delicioso desorden.
Nos contó en qué consistía su negocio de reparto de leche y, como decía en su carta, que pensaba ampliarlo.

– Por eso te escribí. Necesito ampliar el negocio, pero quiero alguien de confianza. Contigo aquí compraré otra camioneta y podremos repartir los dos. Yo no doy abasto y cada vez acabo más tarde el reparto. Algunos clientes se me han quejado porque cuando se levantan no tienen su leche para el desayuno.

Se enteró de las dificultades que pasábamos en Italia por pura casualidad, un día que se encontró en Michigan Boulevard con Atilano Marcotta, un conocido de ambos en Nápoles. Atilano, ni siquiera esperó a que cerrase la fábrica. Cuando las perspectivas eran grises tomó la decisión de probar suerte en Denver, en donde un familiar le podía ayudar. En su camino se quedó sin fondos en Chicago y aceptó un trabajillo temporal como chófer de un picapleitos de tres al cuarto con necesidad de aparentar más de lo que era para poder cerrar un trato.

– Si no vine antes fue porque Luca acababa de nacer cuando recibí tu carta. Pero en cuanto el bebé tuvo dos meses e Isabella estaba repuesta del parto, vinimos para acá – explicaba Tonino Salerno –. Te traigo una carta de tus padres – le anunció entregándosela.

Mi tío nunca fue a la escuela, ni sus padres tampoco. Podía distinguir una buena tierra de cultivo de otra que no lo fuera y conocía los pájaros sin necesidad de verlos, sólo por sus trinos. Sabía a ciencia cierta si llovería esa tarde o mañana mirando al cielo, pero era incapaz de distinguir las letras. Mi padre, que vio la expresión de su rostro, comprendió que aún no sabía leer.

– ¿Prefieres que te la lea yo?
– Si, por favor.
– Y sin embargo, has aprendido a hablar inglés ¿verdad?
– El idioma lo aprendes a la fuerza Tonino, casi sin querer – contestó.
– Haremos una cosa Carlo. Hace tiempo que no hacemos cosas juntos. Yo te enseño a leer y escribir y tú nos enseñas a hablar inglés.

La carta estaba escrita con una letra infantil. Todo cuanto en ella había escrito eran novedades que Carlo escuchaba con atención. Historias de su gente querida. Sus padres estaban bien, dentro de la dureza de los tiempos que vivían. El pequeño taller de zapatería daba lo justo para vivir y no les faltaba un plato caliente a la mesa. A su padre, todo corazón, se le rompía el alma al ver un niño con sus zapatos rotos, sin suelas o con agujeros en la punta y por eso fiaba a gente a la que no sabía cuándo podría cobrar. A veces, si no tenían con qué pagar unos zapatos nuevos o remendados, le llevaban un queso en pago. O una hogaza, o un saco de harina, o unos huevos. 

El trueque funcionaba como ensayo de supervivencia de lo que vendría más tarde, cuando la guerra estallase. Sus abuelos maternos habían muerto con pocos meses de diferencia. Hacía ya cinco años de aquello. Por las mismas fechas falleció también Adriana, su abuela paterna. Fabio, el abuelo que le quedaba, vivía con sus padres desde entonces. Pero no todo eran penas. Gina, su hermana mayor se había casado y tenía dos niños. Alexandra, la mayor de seis años, era quien escribía la carta. Y Francesco, su hermano pequeño al que tanto añoraba, se alistó en el ejército hacía años, era sargento en ese momento y le iba bastante bien. También contaba algo de cómo le iba al resto de la familia. Su primo Dino, también había emigrado a América. “Quizás lo veas por allí” decía como si América fuera el patio trasero de su casa. 

También contaba algo que a Carlo le hizo componer una mueca amarga disfrazada de sonrisa nostálgica: Silvana, se había casado…Y terminaba la carta apostillando que siempre les gustó esa chica para él.
– En momentos así, envidio a las mujeres y cómo ellas lloran las emociones – dijo conmovido.

Los primeros meses fueron una lucha sin cuartel contra el idioma. Para que mi padre memorizara las rutas y las calles de Chicago, al principio iban juntos en una misma camioneta. Ese tiempo era aprovechado para empezar a lidiar con el inglés. Mientras, tía Margaret hacía lo propio con mi madre y con Ornella, que ya creció bilingüe. 

Tiempo después, cuando yo fui capaz de emitir sonidos que no fueran lloros o balbuceos, sería mi turno, más de eso no fui consciente. Mis padres, quisieron que mi lengua materna fuera el inglés. Según nos contaba mi madre, iluminado su rostro por la sonrisa profunda del alma, se dio la curiosa circunstancia de que cuando Ornella tenía cuatro o cinco años era la que hablaba un inglés mejor y más fluido, aunque fuera un lenguaje infantil, pero aquello nos vino bien a todos ya que la niña se pasaba el día corrigiendo a mis padres errores de pronunciación. De modo que, cada uno a su ritmo, aprendimos el idioma que nos servirían de vehículo en esa tierra: mi tierra, mi país, mi patria.

Toby, el saxofonista del Capri, siempre fue más diestro con un vaso de whisky que con el saxofón. A éste lo manejaba como si fuera una guadaña oxidada, mientras que del fondo de un vaso de whisky sabía sacar música. La vida, como él decía cuando se ahogaba en alcohol, es un cúmulo de casualidades venturosas o desgraciadas que gobiernan nuestros pasos sin que nos demos cuenta.

Si mi tío y Atilano Marcotta no se hubieran visto por puro azar aquél día en que ninguno de los dos tenía previsto estar ese día y a esa hora ahí, quizá Carlo Rossi no hubiese sabido de las dificultades que sufríamos en Italia. De no encontrarse, mi tío no hubiera escrito la carta y quizás mi padre hubiera encontrado algún empleo allí y yo hoy, escribiría en italiano mi historia, como la de un hombre normal que nació y vivió en Nápoles, que heredó el puesto de trabajo de su padre en donde terminó jubilándose. Que se casó en la misma iglesia napolitana que sus padres y sus abuelos y que tuvo cuatro o cinco hijos, que terminaron llevando vidas similares a la de su padre.

Pero como Toby decía, siempre hay una Eva en el camino que nos cambia la vida para siempre, pero eso es otra historia…

miércoles, 5 de abril de 2017

China crea panel solar que funciona de noche.


El gigante asiático creó paneles solares que pueden recolectar energía incluso en días con baja intensidad solar, bajo lluvia o de noche. Esto reduciría los costos de la transición de energía a fuentes limpias. El gigante asiático busca la "revolución fotovoltaica". 

Por José Diaz

Una buena noticia en el rubro de energías renovables llega desde Asia. Se trata de un invento realizado por un equipo de investigadores chinos de dos universidades quienes han creado un panel solar que es capaz de almacenar energía incluso en días con baja radiación solar.
El dispositivo fue presentado por el profesor Yang Peizhi, de la Universidad Pedagógica de Yunnan, quien señaló estar buscando “la revolución fotovoltaica”. El aparato es capaz de generar energía con lluvia, niebla e incluso durante la noche.
“El objetivo es elevar la eficiencia de conversión de la luz directa hasta que vuelva a haber más, generando energía suficiente en condiciones de escasa luminosidad tales como lluvia, niebla, bruma o en la noche”, explicó el investigador.

Nueva tecnología

Uno de los principales avances en la materia de paneles solares fue la utilización de un producto conocido como LLP (por sus siglas en inglés), que se trataría de "fósforo de larga persistencia". Este material permite la absorción de energía durante el día para que esta pueda ser recolectada a lo largo de la noche.
“Sólo la luz parcialmente visible puede ser absorbida y convertida en electricidad, pero el LPP puede almacenar energía solar a partir de luz no absorbida y cercana a la infrarroja”, señaló el profesor Tang, de la Universidad Oceánica de China.
 
Estos descubrimientos ya se han dado a conocer en revistas de divulgación científica de Estados Unidos y Europa. Se estima que esto podría reducir considerablemente los costes de la energía solar.
Cabe tener en cuenta que la mayor parte de le energía que consume China actualmente proviene de los combustibles fósiles (petróleo y carbón). Es por ello que en los últimos años viene invirtiendo bastante presupuesto en investigación para el mejoramiento de sus centrales solares.

Fuente: Servindi