domingo, 19 de noviembre de 2017

Personas tóxicas: Cómo reconocerlas y evitar su influencia.




La gente es muy negativa, se pasa el día quejándose”. Seguramente hemos escuchado esta frase o alguna parecida en muchas ocasiones. Detectamos a nuestro alrededor a muchas personas que parecen vivir instalados en la queja, que nunca están conformes con nada, a las que todo les parece mal y con las que cuando intentas mantener un diálogo siempre parecen estar enfadados con el mundo.
Esto no sería un problema que debiera preocuparnos si se quedara ahí, en el ámbito personal de quien muestra estas actitudes. La dificultad se presenta cuando lo que hacen o dicen estas personas sí que nos afecta, cuando comenzamos a sentir que tanto a nivel emocional como físico, el contacto con ellas nos generan un desgaste y un malestar que realmente nos daña.
Todos conocemos a alguna persona que tras pasar un rato con ella, nos genera la sensación de que nos ha “vaciado”, que nos ha dejado sin fuerzas, sin energías. Algo así como una esponja que nos absorbe la alegría, la motivación, que se lleva lo positivo y nos deja en un estado de gran malestar. Y lo que es peor: en muchas ocasiones una profunda tristeza. Estas son las personas “tóxicas.
Bernardo Stamateas, psicólogo argentino muy conocido por sus libros “Gente tóxica” y “Emociones tóxicas”, nos recuerda que todos a lo largo de nuestras vidas nos hemos cruzado alguna vez con personas problemáticas (un jefe, un amigo, un familiar, un compañero de trabajo,…).
Stamateas nos visibiliza lo común de la presencia de estas compañías dañinas, haciéndose la siguiente pregunta: “¿quién no se ha enfrentado con un manipulador que quería que hiciera todo lo que él disponía, con un psicópata que se había predispuesto a hacerle la vida imposible, con un jefe autoritario que pensaba que podía disponer de su vida las veinticuatro horas del día, con un amigo envidioso que celaba todo lo que obtenía, o con un vecino chismoso que controlaba a qué hora salía y entraba a su casa y con quién?”.
Debemos aprender a identificar a las personas tóxicas, lesivas, y reconocer sus estrategias de cara a desactivarlas, para impedir que logren su objetivo de afectarnos y dejarnos esa huella de malestar y sentimientos negativos.
Estos sujetos disponen de muchas vías para “vampirizarnos”. Suelen atacar a través del chantaje emocional, de instalar en nosotros el sentimiento de culpa. También pueden descalificar cualquier cosa que hagamos,  haciéndonos sentir inútiles y socavando nuestra autoestima. O directamente siendo verbalmente agresivos con nosotros, intentando hacernos sentir débiles e inseguros, haciéndonos dudar de nuestras capacidades.
También nos podemos encontrar con un perfil “psicópata, el camaleón experto en cambiar de máscara, manipulador, engañando siempre en su propio beneficio. Añadiríamos también al chismoso, que nos puede intoxicar regando su veneno esparciendo rumores. Y nos podemos encontrar con otro espécimen especialmente irritante: el orgulloso, narcisista, quien cree que todo lo que hace es perfecto, que él mismo es perfecto, y que nadie puede llevarle la contraria, habiéndoles sido concedida la potestad de pisotear y descalificar a las personas que tiene cerca.
Y finalmente, uno de los perfiles más agotadores es el del quejoso, quien siempre tiene un motivo para pensar que el mundo está contra él, que hagas lo que hagas para ayudarle a solucionar su problema tiene otra queja más, que lo primero que hace cuando te ve es vomitar una perorata de quejas, reproches, lamentos y disgustos.
¿A quién le gusta estar cerca de personas que te dejan emocionalmente anémico?Cuando los encuentras en la calle, la reacción instintiva suele ser cambiar de acera inmediatamente mientras cruzamos los dedos para que no nos reconozca.
Otra manera de denominar a estos ladrones del bienestar es la que emplea la psicóloga Patricia Ramírez, quien utiliza el concepto “personas víricas”, definiéndolas como “aquellas que llegan y le contagian de mal humor, de tristeza, de miedo, de envidia o de cualquier otro tipo de emoción negativa que hasta ese momento no se había manifestado en su cuerpo. Es igual que un virus: llega, se expande, le hace sentir mal y cuando se aleja, poco a poco, usted recobra su estado natural y, con suerte, lo olvida”.
Patricia Ramírez nos presenta una completa tipología de “víricos”:
  • Víricos pasivos. Los victimistas, los que echan la culpa de sus males a los que tienen alrededor. Nunca son responsables de lo que les ocurre. Obtienen la atención a través de la queja, y hacen sentirse mal al que no les presta la atención que ellos creen merecer. Estas personas nos contagian tristeza, frustración y apatía.
  • Víricos caraduras. Los que siempre piden favores, pero nunca dan nada, y cuando se deja de satisfacer sus necesidades comienza la crítica y el chantaje emocional. Estos víricos nos generan el sentimiento de aprovecharse de nosotros.
  • Víricos criticones. Su vida es aburrida o frustrante, así que destrozan todo lo que les rodea. Nunca reconocen los méritos de los demás ni hablan positivamente de nadie. Nos transmiten desesperanza, vergüenza e incluso culpa si participamos en su juego.
  • Víricos con mala idea. Todo lo anticipan y lo interpretan como algo negativo, a todo el mundo le ven una mala intención. Transmiten indefensión, inseguridad y ansiedad.
  • Víricos psicópatas. Son los que humillan, faltan al respeto, pegan, amenazan, provocan que te sientas ridículo y menospreciado,  dinamitando tu autoestima. Contagian miedo y odio.
Las personas somos animales sociales, necesitamos el contacto y las relaciones personales, así que ante un ambiente cargado de tanta toxicidad, ¿qué podemos hacer? Aquí les dejamos algunas “recetas”:
  • Reconocer, identificar, tomar conciencia de estar ante una persona tóxica y cómo nos afecta.
  • Marque los límites. Haga visible la situación que le molesta, háblelo abiertamente y de manera asertiva. Y si es necesario, ¡márchese! Recuerde que las personas tóxicas no intoxican a quien quieren, sino a quien pueden.
  • Mantenga como arma fundamental la amabilidad y las actitudes positivas(aunque cueste). Si se mantiene en su sitio, frenará los ataques.
  • Si sólo le hablan de problemas, y siempre es ese el único tema en sus contactos con alguien, hágale reflexionar, pídale que se active, y que busque soluciones. Usted no es un paño de lágrimas perpetuo ni un solucionador.
  • No permita que nadie critique delante suyo a personas que no están presentes. Si entra en ese juego, será igual que ellos.
  • Nunca deje que nadie le maltrate, le minusvalore ni le falte al respeto. Aleje de usted a los “psicópatas”.
  • Quíteles el poder: evite a estas personas, no les permita el acceso a su intimidad, abstráigase mentalmente de su presencia y comportamientos (no haga caso, no le dé importancia, no se ofenda).
Y sobre todo: no permita nunca que nadie le inocule el virus que le haga mutar en una persona tóxica.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

La especificidad del lector de filosofía.

Como leer filósofos clásicos y comprenderlos. 

¿Para que sirve leer filosofía? Y ¿Qué compromiso tiene comprenderla para el lector? ¿Y qué usos? ¿Qué utilidad específica aprehende el lector?. La especificidad de las ideas contenidas en el lector del "manual teórico" es por si misma única, arraigada a ciertas experiencias de la historia personal del lector y capaz de crear otros puentes futuros, es decir, capaz de unirse a enunciados que están por crear, dentro del concepto aprehendido. 

A esto me refiero con la especificidad del lector filosófico, a que este lector pretende reconocer el hecho de que la idea es aprehendida, y no puede, pero en el proceso adueñante de la idea en el mapa conceptual del sujeto, esta ocupa un espacio que antes no, y propicia que el objeto de nuestro pensamiento se transforme por y para si. La especificidad es posible entenderla desde la unidad y desde la multiplicidad. La idea que se va encerrando en el concepto, en realidad no se encierra sino que se especifica a si misma, se hace más concreta por las razones que ella misma descubre, la especificidad es la corriente hacia lo concreto que une unas ideas con otras. Y que transforma el autoconcepto de formas muy variadas e imperceptibles. 



Bajo esta proposición de la idea en el camino imparable hacia lo concreto, los textos filosóficos dan menos miedo. El lector tiene que saber que los textos traen consigo una gravedad típica de la historia personal del filósofo, y puede que al no estar claramente enfocado en el problema del gran filósofo que lee, se entorpezca y pierda en la lectura, pero lo más útil para él es seguir leyendo saltándose lo no comprendo, ya que es posible comprender a posteriori - la idea busca su verdad a pesar de ti . Es decir, leer a Aristóteles, a Kant o a Descartes no es cómodo. Menos aún enfrentarse a Hegel, Heidegeer o Wittgenstein. El problema - seguramente - es que nuestra comprensión se acostumbra a discursos más prácticos o técnicos y nos olvidamos que las formas del pensamiento son más simples. El patrón de reflexiones de los grandes filósofos siguen mostrando una realidad propia para el lector, decimos entonces que la lectura funciona, el lector camina por mapas de pensamientos (y qué mapas!, nada menos que de los pensadores que crearon las grandes diferencias de la historia de las ideas). Una buena forma de leer a los grandes también puede ser solo un chismear sobre temas especulativos auxiliares como; de responsabilidad municipal, tecnología o de empatía personal, existen toda clase de problemas menores. En la práctica en los escritos de los grandes filósofos se encuentra cualquier contenido, y sus formas lingüísticas nos proporcionan un modelo sólido sin el que no entenderíamos textos fundamentales de economía, sociología o política, aún cuando la lectura camine sobre un problema menor. 


Entonces que debo hacera para enfrentarme a un autor clásico. 



Tener un conocimiento previo de lo que vamos a leer no está de más - esto es la base filosófica que enseñan en la facultad, pero, no es indispensable para hacer una lectura, si no la tienes se puede seguir leyendo y el enfoque histórico vendrá después. Esto funciona por que el principio filosófico parte de la certeza de que las reflexiones sobre el mundo y su sentido tienen una lógica diversa afín a otros tipos de razonamientos. Jugar a hacer preguntas y respuestas filosóficas puede ser entretenido si se hace con la conciencia de llegar alguna parte, claro está, pero no tiene necesariamente que seguir el problema del autor. 



El gusto por la declaración teórica anda relacionado con el examen de las precisiones en lo que se lee, por la lógica del texto, por el descubrimiento de nuevos datos sobre la realidad. Porque enfocandonos en él lograremos ver el camino que invita a correr el escritor. Se puede contextualizar el texto proponiéndonos cuestiones como ¿cuándo se escribió esto?, ¿quién lo escribió?, ¿participaba el autor de una corriente filosófica? Estas contextualizaciones se logran buscando una recopilación de filosofía. Inclusive sirve normalmente el resumen que muchas obras traen en la tapa trasera. Es importante crear el vocabulario antes que empezar el libro, y hay que probarlo, no asignar un concepto a la palabra que contenga el libro a la primera. Digo esto porque las maneras de expresarse de uno y otro autor cambian enormemente. El espíritu y el absoluto en filósofos medievales como Averroes es diferente al de Hegel o Hume (que es crítico de este concepto) , y es que la diferencia es el arma de la filosofía, y se pretende siempre alguna cosa con ella. Tanto para el escritor como el lector filósofo. Cuando se lee y se observa que dos filósofos utilizan la misma palabra, núnca se refieren a lo mismo. Ni siquiera (o aún menos) los contemporáneos, y hasta en los casos de maestro a discipulo (Platón - Aristóteles o Hegel - Marx o Ortegga - Zambrano) la palabra siempre experimenta una transformación unida a la experiencia del escritor, se específica a si misma dotando de utilidad a la idea, y como atributo del sujeto propicia que este expanda su especificidad. 



Entonces en la lectura, si no se entiende la expresión del autor conviene seguir adelante. El afán de comprensión perfecta, lleva a un compromiso escaso. Leer una y otra vez una oración liado puede marearnos de manera que perdamos el ritmo del enunciado. Es mejor avanzar a pesar de que no esté todo totalmente claro, luego la perspectiva total puede aclarar conceptos, e inclusive es posible que la complicación no esté de nuestra parte, sino de la del texto (una mala traducción o erratas). No todo en filosofía se entiende, y eso no significa que no entendamos siempre un pellizco de filosofía. Lo que interesa es seguir la huella del erudito que era consciente de su concepto - aunque nosotros no.



El momento de hacer filosofía. 



Casi siempre, y más en los principios del lector de filosofía, se necesita un lugar y disposición adecuada. Necesitamos una cierta perspicuidad que nos permita concentrarnos. También podría ser que, mas no en todos los casos, se necesite una buena lámpara, un carboncillo y un café. También muy a menudo las ganas de comprender un concepto o crearlo se dan en momentos puntuales, hoy en día esto no es problema, solo hay que sacar el móvil e investigar todo internet rápida y eficazmente. Tomar el hábito que más te complazca para tratar la lectura como algo diferente, hacer filosofía es saciar una necesidad característica del ser humano, es transformar tus hábitos e inventarlos conforme a las ideas contenidas ya aprehendidas, no necesariamente es ir en contra de tus hábitos pero si transformarlos a través de la repetición de sus causas, conceptualizarlos constantemente y olvidar su forma cultural. Lo principal en la lectura de filosofía es reconocer que la idea no puede engañarte, que la idea se limpia de engaños a sí misma, que es específica y el lector cuanto más lee más especificidad se atribuye, es decir más razón y menos tristezas mueven sus ideas.


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viernes, 3 de noviembre de 2017

El mito de la caverna de Platón: ¿Vives en la oscuridad o a la luz?


Jennifer Delgado Suárez


El mito de la caverna de Platón es uno de los mayores símbolos de la filosofía idealista. No solo ha influido en el desarrollo de la Filosofía y la Psicología sino que también ha marcado la forma de pensar de la sociedad occidental. Aunque en un primer momento puede parecer una idea antigua y desfasada, lo cierto es que este mito es una excelente metáfora que intenta reflejar la doble realidad en la que todos vivimos y de la que resulta difícil escapar. Por eso, en los tiempos de la posverdad, el mito de la caverna de Platón es más actual que nunca.

Quien vive en la oscuridad, se resiste a ver la luz


Hace algunos años Philip K. Dick escribió: “La realidad es aquello que no desaparece aunque dejes de creer en ella”. Sin embargo, ¿cómo podemos estar seguros de que lo que observamos es la realidad? Después de todo, mucho de lo que experimentamos es el producto de nuestra percepción y está mediado por nuestras vivencias internas.

Hace unos 2.400 años, Platón se planteó este mismo dilema e intentó explicarlo a través del mito de la caverna, que se ha convertido en una parábola muy interesante sobre el significado de la vida en sociedad y la naturaleza de la realidad. La describió en el Libro VII de la República, donde imagina una sociedad ideal.

Platón nos cuenta que un grupo de hombres han sido condenados desde su nacimiento a permanecer encadenados en las profundidades de una caverna. Nunca han podido salir de ella, y tampoco tienen la posibilidad de mirar hacia atrás para comprender el origen de esas cadenas o ver qué sucede a sus espaldas, fuera de la cueva.

Por tanto, se limitan a mirar las paredes de la caverna. Cada cierto tiempo por la entrada de la cueva pasan otras personas y animales. Los hombres encadenados solo pueden ver sus sombras y ecos, que se proyectan sobre las paredes de la gruta.


Los prisioneros perciben esas sombras y las nombran, creyendo que perciben cosas reales ya que no son conscientes de que son tan solo proyecciones de la realidad. Sin embargo, un buen día, liberan a uno de los prisioneros. Este sale a la luz, pero el sol lo ciega, encuentra que todo a su alrededor es caótico ya que no logra darle un sentido.

Cuando le explican que las cosas que ve son reales y que las sombras son meros reflejos, no puede creerlo. Finalmente se adapta y decide volver a la caverna para contarle al resto de los prisioneros su fantástico descubrimiento.

Sin embargo, acostumbrado a la luz del sol, sus ojos tienen problemas para distinguir las sombras en la oscuridad, por lo que el resto de los hombres encadenados creen que su viaje lo ha hecho estúpido y ciego. Por tanto, se resisten a creerle y ser liberados, recurriendo incluso a la violencia.

En este excelente vídeo se resume el mito de la caverna de Platón, os invito a verlo.




Grandes enseñanzas que podemos aplicar en nuestra vida


No creas que eres inmune al engaño y la mentira

Hay muchas personas que pueden sacarle provecho a tener a los demás en una situación de engaño y mentira, como a los prisioneros encadenados de la caverna. Y no se trata únicamente de las clases políticas o los poderes económicos dominantes, sino también de personas manipuladoras. De hecho, el gaslighting es un ejemplo emblemático de cómo alguien puede manipular la realidad para lograr sus objetivos.

Pensar que somos inmunes al engaño y la mentira, porque somos más listos o tenemos más experiencia, significa que ni siquiera nos plantearemos esa posibilidad, por lo que les estaremos dando ventaja en su juego de sombras chinescas. En su lugar, debemos cuestionarnos continuamente las cosas, incluso aquellas que siempre se han dado por sentadas, porque siempre hay una manera mejor, más conveniente o simplemente diferente de hacer y comprender las cosas.

No desaproveches los rayos de luz

De cierta forma, una parte de nosotros son esos prisioneros encadenados en la caverna. Una parte de nosotros se siente cómoda con los estereotipos y creencias familiares, con las tradiciones que nos hacen sentir seguros. Cuando vemos un rayo de luz que nos obliga a analizar esas cosas bajo otra perspectiva, nos asustamos y podemos actuar como los prisioneros, negando rotundamente la nueva realidad.

Es cierto que los cambios de paradigma pueden generar miedo porque nos arrancan los puntos de referencia al hacer que nos cuestionemos algunas de las creencias que dábamos por verdades absolutas, pero si realmente queremos crecer, no podemos apegarnos a ninguna forma absoluta de ver el mundo, debemos abrirnos al fluir de nuevas ideas y perspectivas.

Liberarse es duro

Liberarse de las cadenas, cuando estas siguen atando a los demás, suele ser un proceso emocionalmente complejo. No es fácil rebelarse cuando existe una dinámica social instaurada de la que hemos formado parte durante mucho tiempo.

Las revoluciones, ya sean sociales o personales, siempre implican emociones contradictorias y demandan concesiones. A lo largo del "proceso de liberación" no solo tendremos que lidiar con personas significativas que preferirán seguir encadenadas en la caverna sino que también tendremos que liberarnos de creencias que hasta ese momento formaban parte del núcleo duro de nuestra personalidad. Y eso puede generar malestar e incomodidad. Hay quienes piensan que los sacrificios no merecen la pena y prefieren seguir "encadenados", en el sentido metafórico. Sin embargo, tomes la decisión que tomes, lo importante es que has tenido la oportunidad de decidir por ti mismo.
La ignorancia es cómoda 

Alan Watts dijo que “la mayoría de la gente no solo se siente cómoda con su ignorancia, sino que es hostil con cualquiera que lo señale”. Esa es la misma idea que intentó transmitir Platón con su mito, de hecho, no debemos olvidar que algunas de sus ideas eran consideradas demasiado peligrosas para el status quo imperante y que le reportaron más de un sinsabor.

A veces pasamos por alto este detalle, de manera que intentamos brindarle luz a las personas con nuestro conocimiento, pero esas personas no están preparadas para asimilarlo. Las puertas de la mente no se pueden abrir de par en par cuando han estado mucho tiempo cerradas porque podemos exponernos incluso a una reacción violenta. La solución no es rendirse, sino ir abriendo poco a poco pequeños resquicios.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Cómo mejorar la autoestima desarmando la autocrítica.




La autoestima es esencial para el equilibrio psicológico y emocional. Está en la base de la salud mental y en consecuencia sus desequilibrios están presentes en una gran parte de las disfunciones psicológicas que, como terapeutas, vemos a diario en nuestras consultas.
El ser humano se diferencia del resto de las especies, ente otras cosas, por sucapacidad para adquirir una conciencia de sí mismo, establecer su propia identidad, valorarla y posicionarse con respecto a ella: me gusto, no me gusto, me gusto en unos aspectos, no me gusto en otros. Parafraseando a Matthew McKayel problema de la autoestima está justo en esa capacidad del ser humano de autoenjuiciarse.
Siguiendo a este autor en su obra “Self-Esteem”, traducida como“Autoestima: Evaluación y mejora”, quiero hablar hoy de la base estratégica sobre la que gira el proceso de mejora de la autoestima que se describe en su manual: Detectar y desarmar a la crítica patológica.

Detectar a la crítica
El término crítica patológica fue acuñado por el psicólogo Eugene Sagan, refiriéndose a una voz interior que critica y mantiene la baja autoestima, una voz que sin necesidad de sustentarse en realidades interviene en cada una de las valoraciones que hacemos de la realidad que nos rodea.
Es esa voz que te recuerda lo mal que haces las cosas, lo poco que vales, lo poco que te esfuerzas, que te compara con los demás dejándote siempre en desventaja, que te marca objetivos inalcanzables y que te recuerda continuamente tus fracasos.
Ser capaz de detectar esta voz crítica para posteriormente desarmarla es fundamental para librarnos del malestar y el dolor que nuestras autovaloraciones negativas nos provocan. Y el primer paso para cazar esa voz crítica es oírla.
Es importante estar atentos a esa voz interior que nos asalta en cada una de las situaciones problemáticas que nos hacen dudar de nosotros mismos: Encuentros con extraños o con personas que te atraen, situaciones en las que has cometido un error o en las que te sientes especialmente observado o criticado, interacciones con figuras de autoridad, etc…
Es de gran ayuda anotar de manera sistemática todas aquellas evaluaciones negativas que a lo largo del día realizamos sobre nosotros mismos. Para ello McKay propone hacer un registro de tres columnas: “Autoevaluación negativa”, “Me ayuda a sentir o hacer”, “Me ayuda a evitar la sensación”. De este modo, además de cazar a la crítica, podremos establecer qué consecuencias nos ayudan a mantenerla.
Ejemplo: Una chica piensa tras realizar un aparcamiento: “He aparcado como una idiota; mira qué ángulo hace el coche”. En la segunda columna podría registrar “Me ayuda a prestar más atención la próxima vez”; y en la tercera columna: “Me ayuda a evitar la sensación de culpa por aparcar de manera tan insegura”.

Desarmar a la crítica

Una vez identificada la crítica es momento de desarmarlaA medida que analizamos nuestros pensamientos críticos, determinando qué nos ayudan a sentir o a evitar sentir, empezaremos a ver una pauta en sus ataques. Una vez establecida esta pauta estamos preparados para enfrentar la crítica. Para McKay el desarme de la crítica consiste en tres pasos: 1) desenmascarar su propósito, 2) responderle, y 3) hacerla inútil.

1. Desenmascarar su propósito

Conocer con claridad la función que desempeña la crítica en tu vida psicológica es fundamental para desenmascararla y quitarle gran parte de su fuerza. Conocer su propósito hace mucho menos creíble cada una de sus afirmaciones. Algunos ejemplos de cómo la crítica suele tener un claro propósito para aturdirnos:
  • Me estás atacando para obligarme a cumplir las reglas conque me han educado.
  • Me estás comparando con todo el mundo, para que de vez en cuando encuentre a alguien superior a mí.
  • Me estás menospreciando como solían hacer mis padres y te creo porque les creía a ellos.
  • Me estás maltratando para que rinda cada vez más y quizá me sienta mejor conmigo mismo.
Una vez identificado el papel que juega la crítica, es mucho más fácil obviar sus planteamientos irracionales.

2. Responder a la crítica

Es el momento de empezar a refutar y rechazar cada una de las autoevaluaciones negativas que nuestra voz crítica se empeña en transmitirnos, y que generalmente son arbitrarias y desordenadas.
Existen para ello diversas técnicas de base cognitiva cuyo objetivo final es la parada o detención del pensamiento negativo y su sustitución por pensamientos menos distorsionados y más ajustados a la realidad, normalmente mediante autoafirmaciones positivas. Es útil para este caso tener preparadas afirmaciones positivas para cada uno de los ataques esperados de la voz crítica.

3. Hacer inútil la crítica

Esta es sin duda la mejor forma de desarmar la crítica. Si conseguimos que esa voz deje de tener utilidad para nuestro bienestar psicológico, dejará de aparecer, por un simple mecanismo de extinción.
En el punto 1 nos esforzamos por conocer y entender el propósito de nuestra voz crítica, pero no es suficiente con ésto. Ahora es el momento de atender cada una de esas necesidades de un modo diferente y más adaptativo, es decir, de buscar alternativas sanas que nos ayuden a satisfacer esas mismas necesidades, que hasta ahora reforzaban y mantenían nuestra voz.
Ya sea que tu autoestima te haga pasar malos ratos, o simplemente como modo de mejorar tu bienestar psicológico, encontrarás que dedicar algunos esfuerzos a entenderla y mejorarla es un modo razonable de emplear tu tiempo.

domingo, 22 de octubre de 2017

"En Corea del Norte viví muchos horrores", exsoldado norcoreano que escapó de su país.



Salir de Corea del Norte, el régimen dictatorial más cerrado del mundo, es una aventura casi imposible para sus 25 millones de habitantes. Sammy Hyun lo logró en su segundo intento. Sin embargo, fue a un altísimo costo: la vida de su pequeña hija de un año, quien se ahogó en el río Tumen al tratar de pasar con ella y su esposa hacia China.

A pesar de salir de la aparente libertad que vivía en su país –donde estuvo en el ejército por 12 años–, esos dos hechos, la fuga hacia la libertad y la muerte de quien más amaba, le cambiaron la vida. Tanto que su matrimonio se acabó. 

Hoy, 10 años después de su amarga experiencia, tiene otra esposa, coreana pero del sur y dos hijos con quienes vive en Los Ángeles (Estados Unidos). A sus 41 años es chef, prepara sushi y es además presidente de North Koreans in America, una ONG que ayuda a compatriotas que logran escapar.

Sammy Hyun fue a Colombia invitado por la embajada de Corea del Sur y participó en un seminario sobre derechos humanos de la Defensoría del Pueblo. El desertor norcoreano habló con el medio local El Tiempo.

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¿Qué hacía en Corea del Norte?
Al terminar el liceo entré al ejército, como es la obligación para todos los hombres en mi país. En 12 años obtuve honores y durante ese tiempo murieron mis padres, pero el régimen nunca me lo informó. Al salir trabajé en una empresa. Ya estaba desencantado con mi país, así como con el hambre, pues se come poco.

¿Qué familia le quedaba?

Un hermano y una hermana. Ella está en Corea del Sur. Con mi esposa de ese entonces decidimos huir.

¿En Corea del Norte la gente vive sometida a lo que dice el gobierno?

Absolutamente en todo. No hay nada que escape a lo diga el gobierno. Incluso la forma de vestir, cómo comportarse y hasta cómo pensar.

¿Para la gente es normal que al país solo lo hayan dirigido el abuelo, el padre y el hijo?

Cuando el país fue fundado en 1948 por Kim Il-sung, la gente lo idolatraba, era como un dios; luego, con Kim Jong-il, la situación siguió. Pero ahora, con la tercera generación y Kim Jong-un en el poder, la gente está dudando, pero a pesar de eso son obligados a obedecer.

¿Y qué pasa con los que no obedecen y piensan diferente?

El problema es que toda la vida de los norcoreanos está monitoreada por el régimen. A los que desobedecen los envían a los campos de concentración, de los que hay tres categorías. 

Uno es de larga estadía y hay trabajos forzados; otro es para reeducar a los que necesitan volver a la disciplina del régimen, y el tercero es de detención, de mediano o corto plazo.

En el régimen de Kim Il-sung, un día él iba por la carretera y vio una buena cosecha de maíz. Preguntó el motivo del buen resultado y el alcalde le dijo que había sido por el clima y la tierra fértil. 

Luego, el alcalde fue llevado a un campo de reeducación, pues debió haber respondido que la buena cosecha fue por las buenas enseñanzas que el líder pregonaba para todas las actividades productivas (teoría juche).

¿Qué piensan los norcoreanos de los ciudadanos de otros países?

Solo pueden ver hacia afuera del país por la televisión, pero solo hay un canal cuyo contenido está severamente controlado por el gobierno. De Estados Unidos o Corea del Sur lo que se ven son aspectos negativos para hacerle creer a la población que son sociedades que viven en problemas. 

A veces se consiguen películas piratas, pero la mayoría de personas, como tienen el cerebro lavado, creen que lo que muestran son cosas irreales o de ficción.

¿Hay internet?

No.

¿Hay propiedad privada?

No tenemos derecho a la propiedad de cosas importantes como tierra, casas, apartamentos o autos. Todo es del gobierno. A lo sumo tenemos como propio ropa y bicicletas.

¿Pueden tener dinero?

Sí, pero la gente no puede tener cantidades grandes. El salario mensual equivale a un dólar. Por eso, si la gente quiere comprar comida, solo puede en pequeñas cantidades. El 80 por ciento de empleados ganan el mínimo.

¿De dónde sacan la comida, la ropa?

Nuestro país depende de China, que envía comida y ropa. Por lo general, la gente no tiene más de dos juegos de ropa. Uno para el verano y otro para el invierno. Hay graves problemas de higiene entre el pueblo norcoreano.

¿Se dice que se han presentado hambrunas?

En la segunda mitad de los 90 hubo mucho sufrimiento entre la población. Hubo hambrunas y miles de personas murieron. Las familias dejaban ir a sus hijos para que buscaran comida en donde pudieran y la gente moría de hambre en las calles, y como los parientes no tenían cómo hacer sepelios, el gobierno recogía los cuerpos.

¿Practican alguna religión?

No. Si alguien profesa una religión es enviado a un campo de reeducación.

¿Cómo le surgió la idea de escapar?

Poco tiempo después de salir del ejército hubo cinco días en los que no tuve qué comer y creí que podía morir. Huí a China. Llamé a mi hermana en Corea del Sur para pedirle ayuda, pero luego me capturaron y devolvieron.

Estuve seis meses haciendo trabajos forzosos. El poco dinero que tenía me lo robó el gobierno y ahí entendí que el comunismo y el régimen no eran la panacea.

¿Cómo logró huir definitivamente?

Teníamos que escapar con mi esposa y mi hija de un año. Cruzamos el río Tumen, pero mi hija murió ahogada. Mi esposa mantuvo su cuerpo entre sus brazos por tres días. Llegamos a Pekín y logramos la atención de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. 

Nos enviaron a República Checa y luego a Estados Unidos. Nos divorciamos y tiempo después me volví a casar con una mujer de Corea del Sur. Con ella tengo un hijo de siete años y otro de seis meses.

¿Por qué decidió ir a Estados Unidos? 

Aunque tengo una hermana en Corea del Sur y quienes huimos del Norte tenemos la nacionalidad surcoreana, preferí ir a Estados Unidos por el bienestar.

¿Hasta cuándo cree que Corea del Norte va a continuar así?

Difícil saberlo. Creo que hay un límite y debe darse un cambio. La comunidad internacional puede ayudar. En mi país, las personas tienen miedo y desconfianza y quieren una reforma. Apoyar a estas personas sería la forma de conducir un cambio.

¿Kim Jong-un es capaz de desatar una guerra nuclear?

No. En absoluto.

Pero él amenaza con acabar con Corea del Sur y Estados Unidos.

El motivo por el que él dice eso es porque precisamente quiere que su régimen continúe, pues si se desata una guerra no podría mantenerlo. Sería sacado del poder. Son solo palabras y no va a suceder una guerra nuclear. Solo genera provocaciones.

¿El ejército de Corea del Norte es el tercero más grande del mundo?

La capacidad militar de Corea del Norte no es tan grande como se cree. Es una farsa. Cuando yo estaba en el ejército, cerca de Corea del Sur, teníamos unos cañones poderosos, pero para utilizarlos se necesitaba electricidad y combustible, y en el país escasean ambas cosas. 

Los soldados les sacan el combustible para llevarlo a sus casas para cocinar. Si se programa una inspección, los soldados van a casas cercanas y piden combustible prestado para aprobar la inspección. En caso de guerra sería imposible utilizar esas y otras armas.

¿Volverá a Corea del Norte cuando cambie la situación?

Mi experiencia fue tan terrible que no quiero volver. En Estados Unidos duré cuatro años con pesadillas por los horrores que viví y conocí en mi país.

¿Qué hace en Los Ángeles?

Soy cocinero. Preparo sushi.

Pero esa no es comida de su país...

Pero se gana más dinero.

¿Hay otros norcoreanos en los Ángeles?

Somos 200. Intentamos reunirnos, pero no lo volvimos a hacer pues lo que nos une es la tristeza.

¿Hay organizaciones que lleven a coreanos del norte a Estados Unidos?

Hay iglesias y otras organizaciones de misioneros que lo hacen. Otras organizaciones entran con el permiso del gobierno de Kim Jong-un para hacer trabajo humanitario, pero ese trabajo no es útil. Lo que deben ayudar es a los desertores y no a la dictadura.

Fuente: elpais.com.uy

domingo, 13 de agosto de 2017

Larga vida al desorden.


El orden no es sinónimo de limpieza, con frecuencia no resulta eficiente y puede ser un obstáculo para la creatividad.

"Si un escritorio abarrotado es síntoma de una mente abarrotada, ¿de qué es síntoma, entonces, un escritorio vacío?”. Esta cita ha sido recurrentemente atribuida al premio Nobel de Física Albert Einstein y, aunque resulta embarazoso decir esto, estimado padre de la física cuántica, lo que a menudo se esconde debajo de una mesa atiborrada son kilos de culpa, y lo que emana de un escritorio limpio y despejado es un aire de superioridad moral.Ser ordenado es lo correcto, lo socialmente aceptado. El orden es una omnipresente obsesión contemporánea que ha llenado las tiendas de secciones de organizadores para cocinas, dormitorios, espacios de trabajo; y los teléfonos y ordenadores de aplicaciones que facilitan la tarea de sistematizar el caos que inunda nuestros días. Pero ¿el orden de verdad nos hace mejores?

Un grupo de psicólogos de la Universidad de Minnesota, dirigidos por Kathleen Vohs, realizaron en 2013 varios experimentos y descubrieron que en un ambiente ordenado los participantes en la prueba donaban más dinero a causas humanitarias, y optaban por comer manzanas en lugar de dulces. El orden, efectivamente, favorecía las buenas acciones. Aquellos que se encontraban en un cuarto desordenado, con papeles por el suelo y material de oficina desperdigado, se lanzaban a por las barras de chocolate y se mostraban más roñosos.


El desorden favorece la creatividad. No hace falta ser un científico ni un artista para que el caos te inspire

Y sin embargo, el tan denostado desorden que nos reconcome favorece la creatividad. Un ejemplo obvio serían los caóticos estudios del escultor Calder o el pintor Francis Bacon, dos casos particularmente llamativos. Pero no hace falta ser un eminente científico ni un artista para que el desorden te inspire. Así lo probaron Vohs y sus investigadores en un segundo experimento. Esta vez los participantes debían proponer nuevos usos para pelotas de pimpón. “Quienes estaban en un cuarto desordenado encontraron más soluciones y notablemente más originales”, señala en una entrevista Vohs. “El desorden implica una libertad respecto a un patrón establecido y esto va de la mano con la creatividad”.

Su equipo nunca llegó a investigar en qué punto el barullo es tal que colapsa la dinámica creativa, ni en qué momento el monumental lío impide cualquier avance, pero las patologías asociadas al orden (el trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad, y sus contrarios, el síndrome de Diógenes y síndrome de acumulación compulsiva) escapan a las conductas comunes.

Dijo el poeta Wallace Stevens que “un orden violento es desorden; y un gran desorden es orden”. Si organizar es una pulsión irrefrenable, el caos es una tendencia inevitable. En física, el desorden inherente a un sistema se llama entropía. Es el segundo principio de la termodinámica. Abocados al aparente caos, ¿nuestra atracción por el orden es una mera cuestión estética?

La belleza formal de una mesa atiborrada no es fácilmente defendible. Pero lo que sí ha quedado probado es que ese escenario favorece la consecución de objetivos. Según un estudio de los investigadores holandeses Bob M. Fennis y Jacob H. Wiebenga en 2015, el desorden vuelve acuciante la necesidad de completar una tarea, de concluir y alcanzar así algún tipo de orden. Es muy probable que un escritorio desordenado aumente la presión para terminar el trabajo, aunque uno no sea consciente de ello. A la fuerza ahorcan.


Quienes acumulan pilas de papel permiten que el orden ocurra de manera orgánica y encuentran lo importante antes que quienes los archivan

Están obreros y capataces, jefes y curritos, chapuzas y concienzudos, Bartlebys, como el protagonista del cuento de Melville, que siempre miran para otro lado, y esforzados empleados del mes. Y a la larga lista de distintas clasificaciones de trabajadores se sumó a mediados de los años ochenta, gracias al profesor del MIT Thomas Malone, una diferenciación fundamental entre oficinistas: los apiladores (pilers) frente a los archivadores (filers). Un vistazo rápido a los escritorios de casi cualquier centro de trabajo permite categorizar a los empleados en uno de estos dos grupos.

Los métodos de los archivadores pueden variar, aumentando la visibilidad del material mediante colores en las carpetas, organizándolas atendiendo a criterios temporales. El economista japonés Yukio Noguchi, creador del “método superorganizado”, propuso usar sobres, anotar en la lengüeta su contenido y colocar los últimos que han sido usados siempre verticalmente en el lado izquierdo). La idea central es que todo quede ordenado y, sobre todo, que el usuario ordene.

Los apiladores, por el contrario, acumulan pilas en sus mesas y dejan que el orden ocurra de manera orgánica. Los papeles más relevantes y necesarios inevitablemente acabarán en la parte más alta del montón. Así quedó probado en la investigación de Steve Whittaker y Julia Hirshberg de 2001, que trató de determinar qué sistema funcionaba mejor. Los apiladores, más rápidos en las mudanzas y a la hora de localizar los documentos importantes (estaban casi siempre en lo más alto de la montaña de papeles), se impusieron a los archivadores, sepultados estos bajo el peso de excesivos e inútiles archivos. El desorden, como la belleza, está muchas veces en el ojo de quien lo contempla. Quienes defienden que su caos tiene estructura, no mienten.

“Un escritorio desordenado no es en absoluto tan caótico como parece a primera vista. Hay una tendencia natural hacia un sistema de organización”, escribe el periodista del Financial Times Tim Harford en El poder del desorden (Conecta). “Los despachos desordenados están llenos de pistas sobre los recientes patrones de trabajo, y estas pistas nos pueden ayudar a trabajar con eficiencia. Por supuesto, es intolerable trabajar en medio del desorden de otro, ya que estas pistas sutiles nos resultan irrelevantes. Son señales de tráfico del viaje de otra persona”.


Archivarlo todo no es una buena solución, porque la categorización puede ser demasiado intrincada, o simplemente porque impide la limpieza

A principios de la década de los noventa el brillante publicitario Jay Chiat decidió atacar la raíz del problema. Ni apiladores, ni archivadores: las nuevas oficinas de su legendaria agencia Chiat/Day no tendrían muros de partición, ni cubículos, ni escritorios, tampoco ordenadores de mesa, ni teléfonos fijos. Cualquier objeto personal tendría que ser guardado en un casillero. A los empleados se les entregaría un teléfono y un portátil al llegar, y todo esto favorecería la creación de un “espacio de trabajo en equipo”. El plan fracasó: la gente llegaba a la oficina y como no sabía dónde ponerse se marchaba; en caso de quedarse, no encontraba un lugar donde sentarse; los casilleros resultaron ser demasiado pequeños, y más de uno acabó por almacenar los papeles en el maletero de su coche. El número de portátiles y teléfonos no era suficiente, así que muchos madrugaban para hacerse con ellos y luego regresaban a sus casas para dormir un par de horas más; en otras ocasiones, secuestraban las herramientas un par de días. Los empleados se dispersaban. Los jefes no lograban dar con ellos. En 1998 el experimento quedó clausurado, pero los ecos de aquel plan de “oficina virtual” aún se oyen por todo el mundo.

De vuelta al escritorio, lo cierto es que el éxito de los apiladores ha traspasado el papel y trascendido al ámbito informático. El diseño de las memorias de los ordenadores sigue su misma pauta, a través de los cachés que priorizan determinados datos frente a otros. La fórmula más efectiva resulta ser el viejo algoritmo LRU (Least Recently Used, lo menos usado recientemente). Cuando un caché está lleno se vacía mandando a otro más remoto la información que no ha sido usada recientemente: es decir, cae paulatinamente a la base de la pila.

También está probado que guardar los correos electrónicos recibidos en infinidad de carpetas lleva mucho más tiempo que el uso de un motor de búsqueda. Archivarlo todo no acaba de ser una buena solución, en parte porque la categorización puede ser demasiado intrincada, o simplemente porque impide la limpieza.

Atención: el orden no es siempre sinónimo de limpieza, a veces es una primorosa clasificación de basura. Y aquí es donde hay que dar una bienvenida triunfal a la japonesa Marie Kondo, máxima gurú de la organización, autora del superventas mundial La magia del orden, y a su ejército internacional de konversas. Según declaraba la menuda reina del orden, su sueño es “organizar el mundo”. Y esto pasa por desprenderse de todo aquello que no nos transmite alegría o gozo. Han leído bien, además de evangelizar sobre la óptima manera de doblar y almacenar, Kondo propone emprender una limpieza profunda sosteniendo cada objeto o prenda y reflexionando sobre qué nos transmite. Si no es alegría habrá que despedirse con honores de ello.

El psicólogo suizo Jean Piaget en su despacho en 1979. FOUNDATION JEAN PIAGET


Así que lo contrario de la alegría no es la tristeza, sino el caos acumulativo que nos lastra. La periodista de The New York Times Taffy Brodesser-Akner explicaba en un artículo reciente que una devota konversa, cuando terminó de dar un repaso a la japonesa a su casa y sintiendo que aún no estaba alegre del todo, sostuvo en sus brazos a su novio, y como no pasó el kondotest de la alegría, se deshizo de él.

A pesar de su éxito, Kondo forma parte de una robusta tradición. En Japón existen al menos 30 asociaciones profesionales de organizadores. En EE UU solo hay una, pero con más de 3.500 asociados. Y aunque sea con retraso, el orden profesionalizado cunde también en nuestras latitudes: la Asociación de Organizadores Profesionales de España (AOPE), fundada este año, cuenta con 50 miembros.

Hay algo vergonzante en un maletero atestado de periódicos viejos, pares de zapatos en desuso, botellas de plástico pendientes de ser recicladas, balones desinflados o paraguas. Si la ecléctica mezcla avanza hacia el interior del automóvil, las incómodas miradas de los pasajeros empeoran considerablemente las cosas. Lo mismo ocurre al abrir una cartera atestada de facturas y papeles para tratar de encontrar la tarjeta de crédito: por esa cremallera-grieta asoma un caos que se topa con el estupor del prójimo y miradas condescendientes. Aunque cierto caos favorece felices coincidencias azarosas —ahí están la dejadez de Alexander Fleming, el moho y el descubrimiento de la penicilina—, el desorden resulta embarazoso.

Está mal visto, juzgado con frecuencia como una tara, genera mess stress (estrés del lío)… Sin embargo, ¿es el orden realmente eficiente? ¿La superioridad de los ordenados proviene de una eficacia probada? El catedrático de la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia Eric Abrahamson, y el periodista David H. Freedman analizaron la cuestión en Elogio del desorden (Ediciones Gestión). Aplicaron parámetros económicos, y demostraron que el orden, con escandalosa frecuencia, no trae cuenta. “La organización y el orden tienen un coste”, apuntan. “Es una regla económica; puede que el tiempo o los recursos que uno invierta en ordenar no compensen. Organizar no siempre es rentable. O por ponerlo de otra manera, a menudo la tolerancia con un cierto nivel de lío y desorden supone un ahorro notable. Aunque el desorden beneficioso no es siempre la regla, tampoco es una rara excepción”. Defienden que, en contra del sentido común, organizaciones, personas e instituciones “moderadamente desorganizadas” resultan ser “más eficientes, resistentes y creativas”.

En la encuesta que realizaron mientras escribían el libro, Abrahamson y Freedman descubrieron que dos tercios de los 260 entrevistados se sentían culpables o avergonzados por su desorden, y un 59% reconocía pensar peor, o directamente lo peor, de alguien desordenado. “El orden para la mayoría de nosotros es un fin en sí mismo. Cuando la gente está ansiosa por la desorganización de su casa u oficina, con frecuencia no es porque les cause problemas, sino porque asumen que deberían ser más organizados”.

El psicólogo suizo Jean Piaget supo categorizar los periodos de desarrollo cognitivo en los seres humanos, pero fue claramente incapaz de ordenar su despacho en el que parece que estaba acorralado por montañas de libros y papeles. Preguntado al respecto aclaró: “Bergson señaló que no existe tal cosa como el desorden, sino dos tipos de orden, geométrico y vital. El mío es claramente vital”. Desordenados del mundo, pongan orden ante tanta crítica y no se dejen intimidar.


ORDEN PÚBLICO


A. A.

La “teoría de las ventanas rotas”, desarrollada por el psicólogo de la Universidad de Stanford Philip Zimbardo y popularizada en los ochenta por los sociólogos James Q. Wilson and George L. Kelling, fue aplicada en Nueva York y otras ciudades estadounidenses para combatir el crimen. El nudo central de esta teoría es que un vecindario con ventanas rotas resulta más propicio para cometer delitos: la degradación del ambiente transmite la idea de que se pueden transgredir las normas y alienta el vandalismo, el “desorden” público. Más allá del aumento de policías en las calles, si se arreglan las ventanas rápidamente (o las casas quemadas) el mensaje es que allí rige la ley y el orden. Aunque la tesis de las ventanas ha sido rebatida desde distintos frentes —que apuntan a la recuperación económica de Nueva York en los noventa como la verdadera causa del descenso de la criminalidad, y señalan la relación entre causalidad y correlación como un importante fallo en el razonamiento teórico—, sigue siendo un hito en el ámbito de las políticas de orden público.

Fuente: elpais.com